El tratamiento de aguas es el uso más extendido del ozono como desinfectante. Si las aguas tratadas son potables, es decir, aptas para su consumo, sus efectos principales suponen la adaptación de sus características como potente germicida.
La eliminación de las bacterias y virus del agua que bebemos es uno de los efectos principales de su ozonización. No en vano, los tratamientos con generadores de ozono constituyen el sistema biocida más rápido y eficaz que existe, muy por encima de métodos comunes como el cloro. Ello convierte al ozono en un protector contra las llamadas enfermedades hídricas, de las que son causantes mutitud de microorganismos.
Otro de los efectos de la ozonización del agua potable es la oxidación de materia inorgánica como nitratos, sulfuros, cianuros o metales pesados de todo tipo. En todos estos casos, el ozono actúa degenerando la materia para facilitar su remoción mediante filtros y otros métodos de sencilla aplicación.
La oxidación de orgánicos es el tercero de los efectos que provoca el ozono en el agua. Con ello nos referimos a la eliminación de material orgánico procedente de la naturaleza (fúmicos) o sintético (plaguicidas o detergentes). Es distinta la reacción de cada uno de ellos al ozono para agua, y de nuevo se recurre al filtrado en caso de oxidación parcial.
Mejorar el aspecto del agua, su color y turbidez, así como su sabor, es decir, su calidad en general, es el cuarto de los efectos producidos. Con respecto a la turbidez, sencillamente ocurre como consecuencia de una desinfección y eliminación de las partículas que la provocaban.
Por su parte, la eliminación de olores colores y sabores hace referencia a las características organolépticas del agua. El poder desinfectante de la ozonización, siguiendo la misma lógica que con la turbidez, acaba con todo aquello que ensuciaba el agua. El resultado es un agua limpia, clara, que gana en calidad incluso con respecto a su estado inicial. Ni qué decir tiene que tratándose de agua potable, resulta de vital importancia que ésta ofrezca un aspecto lo más cristalino posible, sin sabores desagradables ni olores extraños que impidan su normal consumo y disfrute.
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